Escrito por: Hermínia Gomà


Esta pregunta nos la hacemos infinidad de veces los padres. Sobre todo cuando tenemos miedo: por sus estudios, por sus compañías, porque no saben relacionarse con los demás, porque no se sienten motivados, porque se aíslan, por las drogas… Motivos no nos faltan, ocasiones las provocan cada día.

No sabemos que pasa, pero un buen día, dejamos de reconocer a nuestros hijos, nos los han cambiado, ¿qué está pasando? Y torpemente, iniciamos lo que nos parece una conversación que en realidad es un monologo, una conversación que no es un diálogo, es un interrogatorio y en lugar de acercarnos a ellos para poderlos ayudar vamos logrando que la brecha entre nosotros y nuestros hijos se haga cada vez mayor.

Para poder ayudar a otra persona, sean nuestros hijos o cualquier otra persona, la relación creada será la clave del éxito. Lástima que cuando somos conscientes del problema de nuestros hijos, la relación ya está dañada.

Curiosamente, aquellos padres que han sabido generar una buena relación son capaces de ayudar a sus hijos de una manera más exitosa. Pretender ser su puntal, ser su faro, su punto de apoyo cuando no hemos invertido en la relación será una empresa difícil. Por ese motivo, cuando algunos padres me consultan y me preguntan ¿Cómo puedo ayudar a mi hijo? Les respondo que tienen por delante el mejor proyecto de su vida: establecer una buena relación con sus hijos, crear un vínculo de confianza que permita el diálogo para ofrecer la ayuda que sus hijos precisan.

¿De qué tipo de relación estamos hablando?

De una relación donde los padres son los promotores del desarrollo, maduración y crecimiento de sus hijos, de apoyo pero no de sobreprotección, donde los padres preparan a sus hijos para enfrentarse a la vida con sus propias herramientas, competencias y valores para vivir plenamente su vida, de confianza en su potencial y respeto por sus diferencias.

¿Cuál es la mejor actitud hacia nuestros hijos?

Probablemente habéis observado que cuando somos cálidos, justos y respetuosos con su identidad y no somos posesivos ni jueces, la relación funciona. Los resultados no son inmediatos, pero si nuestra actitud es honesta y constante, facilitamos la maduración y desarrollo de nuestros hijos. El problema muchas veces es que a pesar de ser conscientes de cual es la mejor actitud, nuestra impaciencia y nuestro miedo se interponen y nuestra actitud cambia, nos volvemos exigentes, impositivos, mandones, injustos, jueces y en una sola intervención somos capaces de cargarnos la relación. Y después nos quejamos de que nuestros hijos se alejen de nosotros, no quieran comunicarse, no nos escuchen…

Cuando somos incondicionales en nuestra aceptación y los escuchamos sin darles consejos, ni les decimos “ya se porque lo has hecho”, ni el odioso “ya te lo dije”, cuando somos capaces de transmitirles que a pesar de sus dudas, sus equivocaciones, sus incoherencias confiamos en ellos y los amamos, la relación funciona, el vínculo se fortalece. El problema aparece cuando sentimos la urgencia de hablar desde nuestras vivencias y experiencias para avisarles y que no repitan nuestros errores, para ahorrarles sufrimiento, ya que en el fondo los estamos infravalorando y les transmitimos que nos defraudan y fallan. En esos momentos cortamos el vínculo y desconfían de nuestra competencia para poderlos ayudar.

Muchas veces buscamos la respuesta en relaciones disfuncionales, en lugar de investigar en las relaciones que funcionan. Seguro que tenemos conocidos, familiares o amigos que gozan de una relación franca, positiva y madura con sus hijos, donde los hijos piden ayuda a sus padres. Que envidia. Seguro que ellos tienen mucha suerte con sus hijos. Atribuimos el éxito a sus hijos (mejores que los nuestros) en lugar de preguntarnos que habrán hecho distinto estos padres para que su relación funcione.  ¿Cuál es su secreto? ¿Cómo lo han conseguido? Si preguntamos a los hijos, casualmente hay coincidencia en sus respuestas, el éxito reside  en cómo se han sentido tratados por sus padres. Sus padres les han comprendido, han confiado y creído en ellos y les han hecho sentir mayores e independientes, les han ayudado a clarificar sus sentimientos cuando estaban perdidos o desorientados en lugar de decirles como debían actuar, sentir y pensar. El secreto es como les han hecho sentirSi le preguntaras a tu hijo como le has hecho sentir hoy, ¿Cuál sería su respuesta?

¿Cómo crees que tu hijo/a se siente tratado por ti? Si lo primero que te viene a la mente es “¿Cómo no me voy a poner así con lo que ha hecho? Es mi hijo el que tiene una mala actitud”, realmente tenemos un problema. Somos los padres los responsables de nuestra actitud, los responsables del desarrollo de nuestros hijos. La actitud de nuestros hijos es un reflejo de nuestro liderazgo como madres y padres. Paremos y reflexionemos. ¿En qué medida la actitud de mi hijo es un reflejo de mi liderazgo como padre?

Se necesita mucho coraje y valentía para escuchar ciertos sentimientos sin que aparezca el rol de “solucionadores, salvadores y protectores” que la mayoría de padres llevamos dentro, sin ser conscientes de que estamos coartando y culpabilizando a nuestros hijos por lo que están sintiendo y haciendo. Si cuando nos cuentan sus sentimientos los relativizamos, nos duelen o nos asustan o cuando nos explican sus decisiones las juzgamos ¿Cómo van a pedirnos ayuda?

¿Qué factores nos impiden generar una relación de ayuda hacia nuestros hijos?

  • La falta de interés, indiferencia, escepticismo o rechazo
  • Los consejos específicos sobre las decisiones que han de tomar
  • Que saquemos temas del pasado
  • Juzgar, amenazar, culpar, defendernos y atacarlos

¿Qué factores generan una relación de ayuda?

  • Sensibilidad hacia sus sentimientos y lo que realmente es importante para ellos
  • Un interés genuino, cálido y autentico por ellos y sus vidas

¿Qué podemos hacer cuando la relación no funciona?

En estos casos nos podemos preguntar: ¿Quiero realmente comprender a mi hijo? Esta pregunta profunda y comprometida provoca otro tipo de preguntas…¿Qué implicaría comprenderlo? ¿Qué tendría que cambiar si lo comprendo? ¿Estoy dispuesto a cambiar para poder aceptar lo que comprendo? ¿Me gusta mi hijo/a? ¿En qué medida lo que no me gusta está hablando de mi?

El grado de integridad (lo que siento, lo que digo y lo que hago son coherentes) y de honestidad (se lo que siento, lo que quiero, me conozco y me acepto) serán fundamentales para que la relación con nuestros hijos les ayude a crecer, madurar y desarrollarse plenamente. Esto significa que para ayudar a mis hijos yo también he de trabajar en mi desarrollo como persona. Aunque a veces sea doloroso también será enriquecedor y gratificante. Ser consciente de mis sentimientos me permitirá abandonar actitudes defensivas, amenazantes o violentas que perjudican la relación.

¿Qué debo aprender para poder ayudar a mis hijos?

  • A diferenciarme de ellos. Reconocer mis sentimientos y que son diferentes a los suyos
  • A comprender que mis hijos no son de mi propiedad, ni son una prolongación de mi mismo
  • A distinguir mis necesidades de las de ellos
  • A escuchar sus emociones sin reaccionar ante ellas ni juzgarles a ellos
  • Que su necesidad de independencia no es falta de amor sino parte de su proceso de maduración personal
  • A perdonarme para poder perdonarlos
  • A ser yo mismo para que ellos puedan ser quien son


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Hermínia Gomà

31 Enero 2011