Escrito por: Hermínia Gomà


“El ser humano no puede vivir sin poseer una confianza duradera
en que hay algo indestructible en sí mismo,
por lo que tanto lo indestructible como la confianza
pueden permanecer ocultos para él de manera duradera”.
Franz Kafka

¿Alguna vez te han decepcionado? ¿Has decepcionado a alguien? ¿Te has decepcionado a ti mismo? Todas las personas, en algún momento de nuestra vida hemos experimentado esta dolorosa sensación. Cuando nos sentimos decepcionados perdemos temporalmente la confianza, ya sea en nosotros mismos, en el otro o incluso en la vida. Es como si nos hubieran engañado, cuando realmente nadie nos ha engañado, nadie nos había prometido nada, simplemente habíamos hecho suposiciones o generado expectativas irreales. Nuestra fantasía de lo que “debería ser” se ve confrontada con los hechos, la realidad y surge el sentimiento de decepción.

La decepción es un sentimiento de insatisfacción que emerge cuando no se cumplen nuestras expectativas sobre un deseo o una persona, sobre todo cuando no se había contemplado la posibilidad de que fuera diferente a lo esperado. La decepción conlleva asimismo una fuerte percepción de pérdida. Es una fuente de estrés psicológico. La decepción nace de la frustración ante expectativas irreales y también de una necesidad de control y previsibilidad que al no verse confirmadas nos superan.

Recuerdo claramente mi primera decepción, que probablemente pueda compartir con alguno de vosotros: el día que supe que los Reyes Magos eran mis padres. No fue una desilusión a pesar de llorar lo indecible durante mucho tiempo, realmente fue una decepción. Me parecía imposible que una “verdad” que formaba parte integrante de mi mundo, que era incuestionable, se tambaleara de tal manera. Durante un tiempo permanecí desorientada y me sentí insegura y enfadada por haber descubierto que lo que yo creía una verdad no lo era. Jamás me enfadé con mis padres por haberme hecho creer una “mentira”. Al contrario, siempre agradeceré a mi madre la ilusión que me inspiraba ese día y que sigo manteniendo cada año. Me dolió profundamente que esa “verdad” que yo creía poseer, no fuera así, que la verdad fuera otra. Lo podría comparar al sentimiento de “pérdida de la inocencia”. La sensación física que experimenté fue como si me hubieran arrancado algo de mi interior, algo que me pertenecía. Con los años prendí que la desilusión y la decepción son dos cosas distintas. Y que las estructuras sobre las que se basa la decepción son profundas y arraigadas.

En mi práctica como coach y como psicoterapeuta he escuchado a muchas personas expresar su dolor por decepciones pasadas que no habían sabido integrar en su vida y que seguían determinando su manera de relacionarse con ellas mismas o con los demás. Recuerdo el caso de una mujer adulta que a los 20 años supo que había sido adoptada. Su decepción fue enorme, el impacto, el shock que experimentó le produjo un gran dolor . A lo largo del proceso pude acompañar a esta persona a reelaborar su “verdad” y regular las emociones dolorosas. Se abrió emocionalmente con las personas que amaba y logró enfocar su vida de una manera más madura. Cuando finalizamos el proceso dijo algo muy importante: “gracias a esta experiencia he crecido como persona y me relaciono mejor con los demás y conmigo misma”.

¿Qué nos ocurre cuando nos decepcionamos? Qué reaccionamos de manera inmadura. Nos enfadamos o nos encerramos en nosotros mismos, nos sentimos inseguros, traicionados y dolidos. Desde esta decepción confirmamos que no podemos confiar, ni en el otro, ni en la vida, ni lamentablemente en nosotros mismos. No sólo conectamos con el miedo, también con la rabia, la frustración y la impotencia, lo que nos lleva a sentirnos desprotegidos, solos o abandonados.

DECEPCIÓN = EXPECTATIVAS FRUSTRADAS + SORPRESA (shock) + RABIA + TRISTEZA

Cuando alguien que nos decepciona cambiamos la imagen que habíamos construido de esa persona, quizá la habíamos idealizado y se derrumba el pedestal en que la habíamos colocado. En ciertos casos puede llevar a la ruptura de la relación con esa persona, ya sea la pareja, nuestros padres, hijos, socios… Para evitar el dolor de una nueva decepción decidimos alejarnos, no volver a confiar en el otro manteniendo una relación superficial o traspasar al otro la responsabilidad de nuestra decepción… Probablemente no sean estas las mejores soluciones para afrontar la situación ni las que nos devuelvan la paz interior.

¿Cómo regular este sentimiento cuando nos sentimos tan confundidos? Vivir una decepción conlleva afrontar otros sentimientos dolorosos como el miedo, la frustración o la tristeza que una vez identificados y regulados promueven nuestro autoconocimiento y crecimiento emocional. ¿Qué hemos podido aprender de nuestras decepciones? Si nuestra conclusión es que no podemos confiar en nada ni en nadie no hemos aprendido nada. Suerte que la vida, siempre tan generosa ella, nos ofrecerá nuevas oportunidades para sentirnos decepcionados y de ello aprender. Y hasta que no aprendamos seguiremos viviendo una decepción tras otra de manera dolorosa.

¿Qué es lo que a ti te decepciona? ¿Que los demás no sean, hagan, piensen o sientan como tú? ¿Qué las cosas no sean como tú esperabas? ¿Qué habiendo dado tanto en una relación no te correspondan? Cuando paramos y reflexionamos sobre nuestras decepciones somos capaces de hallar un hilo conductor en todas ellas. Cuando lo encontramos podemos definir el cambio a realizar y en lugar de columpiarnos en el dolor de la decepción decidimos valientemente revisar nuestras creencias y expectativas para seguir avanzando en nuestro liderazgo personal.

El aprendizaje de vida de la mayoría de personas recae en un aspecto fundamental: LA CONFIANZA MADURA

Confiar de manera madura implica aceptar que no poseemos la verdad, que no tenemos el control sobre casi nada, y que no dependemos de los demás para ser felices.

Cuando hablamos de confianza madura la decepción no es una opción

Cuando no conectamos con esta confianza nos vamos llenando de resentimiento, heridas, dudas, malestar, dolor, acritud, amargura, soledad y aislamiento, llegando a convencernos de que nuestra vida es insoportable e infeliz. No nos damos cuenta de que estas experiencias no resueltas se almacenan e impactan en nuestras decisiones futuras.

¿Cuánto confío? ¿En qué confío? En general podríamos decir que esta confianza madura se alcanza cuando conectamos con el amor y la compasión en lugar de conectar con el miedo. Por ejemplo, amarnos en lugar de criticarnos, conectar con la alegría como actitud de vida y no con la desesperanza, mantener relaciones sinceras y profundas con las personas que amamos en lugar de que éstas sean superficiales, afrontar el futuro con la mente abierta o aceptar la realidad para poder realizar cambios positivos. La confianza madura es una íntima experiencia que nos hace sentir conectados con quien realmente somos. Confiar de manera madura es una elección e implica una actitud de abertura y de continuo aprendizaje.

“Las personas se dividen en dos:
las que llevan un sí o las que llevan un no escrito en su interior.
Y eso lo determina todo. Lo importante es que se puede cambiar”.
Martin Seligman

¿Para qué hemos de confiar de manera madura?
• Para ser más honestos con nosotros mismos y revisar nuestras creencias y entender su intención y finalidad.
• Para mostrarnos tal como somos, sin fingimientos ni autoengaños, con franqueza y transparencia lo que posibilitará vínculos reales y una comunicación auténtica.
• Para no temer arriesgarnos ni exponernos.
• Para no romper la convivencia que precisa de la mutua confianza.
• Para fundamentar el liderazgo personal y profesional.

La confianza inmadura depende de cómo nos ha tratado la vida, de que los demás nos traten como creemos que deberían tratarnos, de que el otro cumpla nuestras expectativas. Esta confianza se fundamenta en el otro, es externa y nos debilita. La confianza madura conlleva un nuevo paradigma, relacionarnos con la vida, con nosotros mismos y con los demás sabiendo que no siempre será como nos gustaría, ni como creemos que es correcto y justo; significa relacionarnos con nuestros sentimientos dolorosos y con experiencias decepcionantes, dotándolas de sentido para que nos ayuden a liberarnos de un estadio inmaduro de idealizaciones falsas.

El primer paso en estos casos es identificar y comprender lo que estamos sintiendo. El segundo paso es aceptar que ese sentimiento no somos nosotros y que lo que en ese momento pensamos tampoco somos nosotros. A partir de aquí podremos aprender de esa decepción en lugar de alimentar nuestra desconfianza. De este aprendizaje surge la fuerza para confiar en nosotros, en las demás personas y en la vida en general. Desde la persona sabía, amable y bondadosa que mora en nuestro interior podemos ayudarnos a nosotros mismos a alejarnos de las falsas expectativas, el pesimismo, el miedo y el dolor para llegar a liderar responsablemente nuestras vidas, aprovechando la decepción como una oportunidad de aprendizaje, autoconocimiento, crecimiento y madurez.

Esta confianza madura es un sentimiento que surge cuando tenemos la seguridad, la certeza de podernos abrir al autoconocimiento sabiendo que no nos vamos a decepcionar. Por mucho que sea nuestro potencial no lo desarrollaremos sí creemos que no lo podemos hacer. Para el abogado Orion Swett Marden (1850-1924), autor de Los caminos del amor, la falta de confianza en uno mismo tiene relación con la creencia de que “lo de los demás es demasiado bueno para mí”. Esta creencia conlleva una actitud de menosprecio que impide a estas personas alcanzar sus objetivos, lo que sería factible si confiaran en sus cualidades y talentos. “Que ni la opinión de la gente ni los rigores de la adversidad quebranten nuestra confianza”. Marden (1921). Confiar en nosotros mismos posibilita estar seguros de poder establecer y alcanzar nuestros objetivos, de que seremos fieles a nuestros compromisos y que haremos lo que hemos decidido que haríamos. Esta confianza crece cuando tenemos un propósito claro que surge del corazón.

“La confianza en uno mismo es el primer secreto para tener éxito…
Es la esencia del heroísmo”.
Ralph Waldo Emerson

Cuando desarrollamos esta confianza madura la decepción no es una opción y nos podemos relacionar mucho mejor con nosotros mismos y con las demás personas de nuestra vida, nuestra pareja, hijos, padres, amistades, compañeros de trabajo, clientes, etc. 

Hermínia Gomà Quintillà
Barcelona
10 enero 2015

Bibliografía recomendada
Kafka, F. Aforismos, visiones y sueños. Aforismo no. 50.
Seligman, M. E. (2002). La auténtica felicidad. Ediciones B. Barcelona
Krishnananda y Amana. (2006). De la confianza ficticia a la confianza real. Gulaab. Madrid